Foto Archivo Asociación Miguel Bru.
Uno de los presos que estaba en la Comisaría Novena el 17 de agosto de 1993, era Horacio Suazo, quien testigo de las torturas a Miguel. Esa noche desde su celda les gritaba a los policías “que le hicieron a ese pibe”. Suazo le contó a su hermana, Celia Giménez, quien conocía a Miguel, todo lo que había visto. Meses después, una vez liberado, fue asesinado en un operativo con pruebas “armadas”. Celia declaró lo que sabía ante Vara, pero el juez no volcó el testimonio en el expediente. “Ella era prostituta y no quise embarrar la causa”, le dijo a la madre de Miguel. Fue Rosa quien buscó a Celia y registró su testimonio con un grabador escondido en su cartera. Pocos días después, entregó la cinta a un diario que publicó el texto.
Ante la repercusión de esta noticia y el reclamo de justicia Vara no tuvo más opción que llamar a declarar a otros detenidos. Seis testigos permitieron acreditar que Miguel Bru fue ingresado en la Comisaría Novena el 17 de agosto de 1993 después de las 19 hs. Los presos, al escuchar los gritos de Miguel, espiaron por las ventanas de sus celdas y vieron cómo era torturado hasta la muerte con la práctica denominada submarino seco: golpes en el estómago con una bolsa de nylon en la cabeza que produce asfixia, un método también utilizado durante la dictadura.
Vara se vio obligado a ordenar la detención de Justo López, en junio de 1995. A partir de la investigación promovida por varias denuncias sobre su actuación irregular, la Procuración de la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires Meses lo apartó de la causa. Fue suspendido y finalmente sometido a un jury de enjuiciamiento en 1998, donde resultó destituido por el encubrimiento en 27 causas distintas en las cuales siempre estaba involucrado personal policial.